La primer puerta esta destrabada. Decido entrar. La primera visión es un bosque solitario. El tiempo parece estar detenido en este espacio.
No es la mañana, no es la noche. Es una tarde extraña. El sol se filtra con facilidad entre las ramas sin hojas.
Sigo caminando.
Solo escucho hojas lejanas, meciéndose con el viento.
El aire es denso. Sigo caminando.
Sigo caminando.
Solo escucho hojas lejanas, meciéndose con el viento.
El aire es denso. Sigo caminando.
Tras una larga caminata llego a un arroyo.
El agua corre cristalina y rápida. Recién ahí se escuchan los primeros signos de vida.
Animales hablan entre ellos. La mayoría son desconocidos para mí.
Algunos parecen quejarse, con un canto monótono, del calor. De pronto descubro un ritmo que integra las diversas capas de ambiente.
Tras bordear el arroyo durante un largo rato, el camino se empieza a alejar de la orilla. Me vuelvo a internar en el bosque cerrado. Camino entre paredes de vegetales colgantes. Percibo la mirada de alguien, pero no me animo a escudriñar entre las hojas. Sigo caminando.
Entonces percibo el ruido de una rama quebrándose. Me paralizo y escucho, pero nada. Trato de ver a lo lejos, entre las plantas tupidas y me da la impresión de ver una pequeña figura agazapada. Me quedo inmóvil durante unos segundos. Busco a mi alrededor alguna piedra o una rama para arrojarle y ver de que se trata.
Encuentro una piedra con forma de ojo. Me sorprende terriblemente. Es un lóbulo perfecto y parece tener tallada una cornea y un iris.
Dicen que los ojos son la ventana del alma. Yo entre por una puerta que no recuerdo donde está. Será este ojo un pasaje a otro sitio. Lo guardo. Miro hacia la figura pequeña, pero no está. Confirmo que no estoy solo
Sigo caminando.