12 de Agosto 2006

Abriendo Puertas (puerta VIII)

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Ultimamente no puedo dejar de abrir puertas, estoy más reflexiva que de costumbre... pero en fin, había una puerta en particular que siempre me intrigó. Hoy la abrí. Era maciza, pesada, y no tenía picaporte, tuve que esforzarme, pero tuve éxito y la atravesé...

Crucé y me encontré en una especie de enorme túnel de piso arenoso y paredes de bloques de rocas perfectamente pulidas y talladas con dibujos de humanos cuasi geometrizados pintados en henna de diferentes colores en tonos mate. Había poca luz, pero la suficiente como para ver donde estaba. Me detuve ante esas imágenes hasta que sentí unos murmullos, diversas voces configuraban un mensaje que no distinguí bien. Me dio miedo seguir avanzando, pero de golpe como si fuera un susurro, oí que alguien que no veía me decía “todo va a estar bien”. Decidí avanzar.

Llegué a una escalinata empinada, que inevitablemente me intimidó. Estaba cansada y tenía calor pero no tenía sentido abandonar la travesía en ese punto así que me dispuse a subirla. Cuando estaba a la mitad noté que con cada peldaño que avanzaba un aroma a hierbas se hacía más pregnante; la curiosidad por descubrir la fuente del perfume exótico, me llevó a subir a mayor velocidad, hasta que no quedaron escalones.

Un halo dorado me encandiló. Cerré mis ojos un instante y al abrirlos, noté que estaba en un recinto dorado, cargado de ofrendas, y no estaba sola. Los faraones y sus cortejos estaban sentados sobre sus sarcófagos y me miraban, un gato pequeño me lamió el pie como si me diera la bienvenida. Me quedé en mi lugar. Incapacitada para emitir palabra alguna.

Cortésmente me invitaron acercarme. Me aproximé en silencio, nerviosa, ansiosa. Tenía tantas preguntas… quería saber los secretos de las pirámides, cómo las construyeron realmente, cómo habían sido capaces de confeccionar esa monumentalidad, por qué esa forma, y mucho más, pero estaba congelada. La emoción me desbordaba y mis sentidos parecían sobredimensionar los estímulos que captaban…

Preferí escucharlos. El más anciano de todos lamentaba haber pasado su vida pensando en su muerte, un niño confesó extrañar el sol y un esclavo me detalló la despedida con su esposa e hijos. Él estaba encargado de sellar una de las fosas mortorias y sabía que moriría al hacerlo. Su convicción llegó a conmoverme, pero no como aquella mujer que lloraba jurando que el peso de su corazón era mayor al que había sido registrado.

Todos me dejaron reflexionando, pero no sabía si me quedaría lo suficiente como para aconsejar a todos o si podría seguir recorriendo la pirámide, en algún momento tenía que salir… en ese instante recordé que había dejado la puerta abierta. Se animará alguien más a entrar?


Escrito por Virgiricci a las 12 de Agosto 2006 a las 04:31 PM
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